jueves, 20 de marzo de 2008

Jesús en el espiritismo

"Jesús no fue cristiano. Es anticristiano, no pertenece al cristianismo… Su bondad, su pureza, su estoicismo, no caben dentro del cristianismo… Haga­mos como Barbusse: disputémosle a Jesús a los católicos… arreba­témoslo de las garras de la Iglesia… Reivindiquemos a Jesús como el más bello, el más puro, el mayor, el más delicado de todos los sueños de Belleza, Libertad y Amor”.
María Lacerda de Moura.

JESUS EN EL ESPIRITISMO

En toda la obra de Allan Kardec, brilla la figura de Jesús de Nazareth como una referencia fundamental. Así, en el texto capital de la Doctrina Espírita, "El Libro de los Espíritus", se le coloca en sitial de honor como "el arquetipo de la perfección moral a que puede aspirar la humanidad en la Tierra", y en ello se sincronizaba el Codificador, con las declaraciones de las personalidades más relevantes de la historia. Spinoza, lo llamó "el filósofo por excelencia" y Brisbane "el espíritu más bello que ha nacido en el mundo".

Sin embargo, la figura de Jesús se ha visto, por dos milenios, continuamente ensombrecida por tendenciosas deformaciones e interpolaciones respecto a su vida, así como por mitos y ritos practicados en su nombre. En lugar del Jesús filósofo se creó un Jesús mitológico, repleto de contradicciones. Con razón observa Couchaud que 1a figura de Jesús aparece en los Evangelios, unas veces inmensa y otras veces microscópica. La una es la más completa antítesis de la otra".

Las religiones cristianas que dicen actuar en su nombre son las directas responsables de esa situación. Creyeron elevarlo, excluyéndolo de su condición humana y divinizándolo. Le hicieron nacer de una virgen, concebido extracarnalmente, en un acto de prestidigitación, obviamente plagiado de la antiquísima mitología brahmánica. Convirtieron su excelsa doctrina, fundamen-tada en el amor y el perdón, en una religión idolátrica, mucho más interesada en la posesión y acumulación de bienes temporales que en la exaltación de los legítimos valores espirituales.

La visión espírita de Jesús, planteada por Kardec con el debido asesoramiento de los espíritus que orientaron su trabajo en la Codificación, está dirigida a rescatar la historicidad, la humani-dad y la moralidad de aquel excelso Apóstol del Amor. El Espiritismo no conviene con las falsas posturas, ni de los religiosos ni de los materialistas, que con extravagantes hipérboles, de un lado convierten a Jesús en un Dios y del otro lo acusan de las barbaridades inquisitoriales de la Edad Media, no faltando incluso quienes niegan su existencia histórica.

Lamentablemente, también en la doctrina y en el movimiento espírita se han presentado tergiversa ci on es respecto a la vida y obra de Jesús. Personas que llegaron ai Espiritismo con un fuerte equipaje místico, mezclaron sus atavismos religiosos, de los cuales no lograron desembarazarse, con las ideas de supervivencia, reencarnación y mediumnidad. Así, trajeron a la nueva Doctrina, el antiguo mito de la divinidad de Jesús e incluso de la virginidad de María. Para ellos no es suficiente llamarlo Jesús, como el ilustre Nazareno lo deseó, sino que lo mitifican como "Nuestro Divino Señor Jesucristo" y le rezan insulsas e inexpresivas oraciones. Son, como los etiquetó nuestra querida Amalia Domingo y Soler, "espiritistas anfibios". que, incapaces de asumir definiciones, se mueven en dos ambientes. Son ESPIRITOLICOS, híbridos de Espiritismo y de Catolicismo. En ocasiones, aparecen en las páginas de sus “mensuarios religiosos de Espiritismo Cristiano" diatribas contra quienes sostenemos, como auténticos kardecistas, que el Espiritismo no es religión, y por lo tanto no es ni cristiano, ni budista, judío o musulmán, sino simplemente ESPIRITISMO, Nos dicen allí que "estamos sacando a Jesús del Espiritismo". De alguna manera tienen razón, porque sí hay un Jesús que queremos sacar del Espiritismo: el Jesús mitológico del Catolicismo, que en mala hora los espiritólicos interpo-laron en la Doctrina de Kardec. Queremos. "sacar" el Jesús fluídico que el Roustainguismo infiltró en ella, Nuestro Espiritismo, el de Kardec, es y será siempre un Espiritismo con Jesús. Admiramos y amamos ai Jesús inmenso, que nos legó un código universal de ética trascen-dente. Que sembró en la historia de la humanidad un sublime mensaje de amor a Dios, y de amor al prójimo, de fraternidad, justicia, paz, igualdad y solidaridad. Queremos y sentimos nuestro al Jesús del Sermón de la Montaña, uno de los más hermosos documentos éticos y estéticos que jamás se hayan producido, destinado a sembrar la luz para redimir a la humanidad.

Pero, digámoslo con absoluta claridad: Jesús es una cosa y el Cristianismo otra bien distinta. Es un hecho que la filosofía de Jesús no es lo mismo que la teología establecida más tarde por los cristianos. Es un sofisma pretender igualar o identificar la moral predicada por Jesús, con la moral de las religiones cristianas, y por eso es perfectamente congruente afirmar que el Espiritismo con Jesús, no significa espiritismo cristiano, como tampoco la inclusión de la Doctrina moral del ilustre Maestro Siddharta Gautama, el Budha, en el contexto de la moral universal del Espiritismo, implica hacer un Espiritismo budista.

Jesús no fue cristiano. No fundó religión alguna ni estableció iglesias. Predicó una sublime filosofía de la vida basada en el amor, cuya riqueza estribó precisamente en su simplicidad pues carecía de ritos, ceremonias o cultos. Una concepción tan hermosa cuanto incomprendida en su época, y por la cual hubo de rendir su vida en holocausto a la verdad.

Los idólatras, los que le divinizan, los que le excluyen de la raza humana, los que no comprenden que él es también un espíritu sometido a las leyes del progreso reencarnatorio, los que han fundado religiones en su nombre, los que han mercantilizado sus ideales, los que han establecido cultos, ritos, liturgias o ceremonias, no han entendido aún sus más elementales verdades, y peor aún, ni siquiera lo conocen.

Así entonces, Jesús estará siempre en el Espiritismo, como HOMBRE de amor inmenso y noble corazón, como PENSADOR racionalista y espiritualista, firme y sereno, que mostró ser consecuente hasta lo último con sus principios, como APOSTOL del Bien y de la Verdad. Este es el Jesús que aprendimos con Allan Kardec, y es el que reivindicamos para el Espiritismo.

Lic. Jon Aizpúrua

sábado, 1 de marzo de 2008

Apuntes de la Revista Espírita (Varias)

Una carta venida de Lyón, datada de 7/12/1862, refiere los ataques proferidos contra el Espiritismo por un cierto señor, obispo en Texas (EUA), en sermón proferido en la iglesia de Saint-Nizier, delante un auditorio de cerca de dos mil personas, entre las cuales había un gran número de espíritas. Comentando ese y otros sermones noticiados por la Revista, Kardec dice que fue gracias a ataques de ese jaez que el número de espíritas creciera en Francia, porque las mentiras y la desviación de las ideas, proferidas en los sermones, acaban siendo después desmentidas con la lectura de las obras espíritas. (PP. 40 a 46)
24. Kardec añade que es preciso estar muy carente de razones para recurrir a calumnias como la presentada por cierto sacerdote que dice ser el Espiritismo favorable a la desunión de la familia, al adulterio, al aborto y al comunismo. “¿Tenemos necesidad de refutar estas aserciones? No: basta remitir al estudio de la doctrina, a la lectura de lo que ella enseña, que es lo que se hace en todas partes”, concluye el Codificador lionés. (PP. 47 a 49)

En un periódico de Rusia, denominado Doukhownaia Beceda (Prácticas Religiosas), dos jóvenes de Moscú publicaron un artículo conteniendo violentas críticas a las sesiones realizadas en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, de las cuales ellos habían participado en noviembre último. Kardec los llama espías, personas que decían actuar de buena fe y, sin embargo, relataron de forma mentirosa lo que allí vieran. (Págs. 174 a 181.)
5. En su respuesta a los jóvenes rusos, Kardec arrolla las falsedades y bobadas constantes del artículo y, con vehemencia, refuta la información divulgada por los rapaces de que era preciso pagar para asistir a las reuniones de la Sociedad Espírita de Paris. (Págs. 175 a 181.)
6. La nueva táctica de los adversarios del Espiritismo – observa en seguida el Codificador – estaba evidente: no pudiendo combatir lealmente las ideas espíritas, ellos acogían decididamente la mentira y la calumnia, intentando con ello denigrar la doctrina y los espiritistas. La lucha estaba, pues, lejos de llegar su fin, lo que no se debería lamentar, por cuanto fue por la oposición que le hicieran que el Espiritismo creció. A ejemplo del Cristianismo, que no fue abalado por las persecuciones y mismo creció por sus mártires, el Espiritismo, que es un Cristianismo apropiado al desenvolvimiento de la inteligencia y desprendido de los abusos, crecerá del mismo modo, bajo la persecución, porque – como la doctrina cristiana – él también es una verdad. (Págs. 181 y 182.)
7. El Espiritismo – advierte Kardec – tiene aún que pasar por duras pruebas y es ahí que Dios reconocerá sus verdaderos seguidores por el coraje, firmeza y perseverancia que demostraren. El medio de evitar las maquinaciones de los enemigos es seguir lo más exactamente posible la línea de conducta trazada por la doctrina: su moral, que es su parte esencial e inatacable. Platicándola, no se da entrada a ninguna crítica fundada y la agresión se torna más odiosa y, por eso mismo, sin credibilidad. (Págs. 183 a 185.)


35. ¿Qué enseña de nuevo el Espiritismo? Este es el tema de abertura del número de agosto de 1865, que mereció de Kardec alentadoras consideraciones. (Págs. 219 y 220.)
36. Kardec admite, inicialmente, que el Espiritismo nada inventó, porque las verdades son eternas y, por ese motivo, deben haber germinado en todas las épo­cas. Es el caso de las enseñanzas relativas a la reencarnación, a las penas eter­nas, a la inmortalidad, al periespíritu y a tantos otros. (Págs. 219 y 220.)
37. ¿No habría sido, empero, alguna cosa haberlos sacado del olvido? ¿Haber probado lo que antes estaba en estado de hipótesis? ¿Haber demostrado la existencia de una ley en lo que parecía fortuito? (Pág. 220.)
38. El Espiritismo – observa Kardec – tiene aún mucho que enseñar y jamás pretendió haber dicho la última palabra. Su a, b, c fueron las mesas girantes, mas él no paró ahí y dio desde entonces, y en pocos años, pasos bien grandes. (Pág. 220.)
39. Los que reclaman novedades y nuevas revelaciones precisan antes esclarecer si ya aprovecharon lo que la doctrina espírita enseña, por cuanto sólo con el auxilio de esas instrucciones, si las aprovechan, es que podrán elevarse bastante para tornarse dignos de recibir una enseñanza superior. (Pág. 221.)
40. El Espiritismo tiende hacia la regeneración de la humanidad. Pero, no pudiendo esa regeneración operarse sino por el progreso moral, resulta de ahí que su objetivo esencial, providencial, es el mejoramiento de cada uno. Los misterios que él nos puede revelar son la parte accesoria, porque eso de nada adelanta si no fuéramos mejores. Es, pues, en su mejoramiento individual que todo espírita sincero debe trabajar, antes que todo. Sólo aquel que dominó sus malas inclinaciones aprovechó realmente el Espiritismo y recibirá su recompensa. Es por eso que los buenos Espíritus, por nueva orden de Dios, multiplican sus instrucciones y las repiten a la sociedad. (Pág. 221.)
41. Los resultados del Espiritismo, aún así, no se limitan apenas a las enseñanzas morales, mas incluyen otros aspectos que adelante sintetizamos:
I – él provee, como todos saben, la prueba patente de la existencia y de la inmortalidad del alma.
II – Por la firme creencia que desenvuelve, ejerce una acción poderosa sobre la moral del hombre, llevándolo al bien, consolándolo en las aflicciones y dándole fuerza y coraje en las probaciones de la vida.
III – Rectifica las ideas falsas sobre el futuro del alma, el cielo, el infierno, las penas y las recompensas, descerrando a los ojos del hombre a vida futura.
IV – Revela o que pasa en el momento de la muerte y la desvela al hombre.
V – Con la pluralidad de las existencias abre un nuevo campo a la filosofía y explica la causa de las miserias humanas y de las desigualdades sociales.
VI – Da a conocer el mecanismo de las sensaciones y de las percepciones del alma y de los fenómenos espíritas.
VII – Prueba las relaciones existentes entre el mundo corporal y el mundo espiritual, mostrando en este último una de las fuerzas activas de la naturaleza.
VIII – Revela la causa de las obsesiones y da los medios de curarlas.
IX – Nos hace conocer las verdaderas condiciones de la oración y su modo de acción, revelándonos la influencia recíproca entre encarnados y desencarnados.
X – Nos da a conocer la magnetización espiritual, antes ignorada, abriendo al magnetismo una nueva vía y le confiere un nuevo y poderoso elemento de cura. (Págs. 222 y 223.)


42. Dicen que los espíritas sólo saben el a, b, c del Espiritismo. Aprendamos, entonces, a deletrear ese alfabeto – aconseja Kardec. Y eso no es problema para un día, porque pasará mucho tiempo antes de que el Espiritismo agote todas las combinaciones y recogido todos los frutos. ¿Ya lanzaron los espiritistas la simiente en todas partes? ¿No restan más incrédulos a convertir, obsesados a curar, consolaciones a dar, lágrimas a enjugar? Ahí están nobles ocupaciones que valen bien la vana satisfacción de saberlas un poco más y un poco más temprano que los otros. (Págs. 224 y 225.)


76. La Revista transcribe carta de un correspondiente en que este narra el diálogo mantenido con el Espíritu de un sacerdote católico – el padre D... – recientemente desencarnado, el cual fuera, en vida, un adversario declarado del Espiritismo. (Pág. 287.)
77. Evocado en el grupo espírita, el padre D... se dice convencido de la reali­dad de las manifestaciones espíritas. “Sí – reconoció él –, los Espíritus se comu­nican, y no son apenas los demonios, como nosotros enseñamos.” El padre mantenía, no obstante, curiosamente, su opinión de que la expansión del Espiri­tismo no sería un bien, mas un mal para la sociedad. Las divisiones operadas en el seno de los espíritas constituían, a su ver, un peligro e indicaban que el Espiritismo, como las doctrinas filosóficas que lo precedieran, no tendría una vida larga. (Págs. 287 a 291.)
78. Kardec analiza en profundidad los argumentos del sacerdote desencar­nado y teje al respecto diversas consideraciones, adelante resumidas:
I – Decir que el Espiritismo es bueno por su esencia y malo por sus resultados, como afirmó el padre D..., es ir contra la lógica, es despreciar la máxima de Cristo, tornada proverbial: “Una árbol bueno no puede dar malos frutos”.
II – No fue el Espiritismo quien inventó la manifestación de los Espíritus, ni es la causa de su comunicación. Él apenas constata un hecho, que se produjo en todos los tiempos, porque está en la naturaleza.
III – Para que el Espiritismo dejase de existir, fuera preciso que los Espíritus cesasen de manifestarse.
IV – La influencia de los malos Espíritus es parte de los flagelos a que el hombre está sujeto en este mundo, como las enfermedades y los accidentes de toda suerte. Mas, como al lado del mal Dios siempre pone el remedio, el Espiritismo viene indicar el remedio para ese flagelo, enseñando que para neutralizar la influencia de los malos Espíritus es preciso tornarse mejor, dominar las malas inclinaciones, practicar las virtudes ensenadas por el Cristo: la humildad y la caridad.
V – Aprobar la oposición de la Iglesia al Espiritismo porque la aceptación de éste sería la ruina del clero es actitud inconcebible. ¿El clero sería movido así por sentimientos tan mezquinos? ¿Ignorarían los sacerdotes las palabras de Cristo: “Mi reino no es de este mundo”? ¿Preferirían mantener las apariencias en la Tierra, para asegurar sus intereses terrenos, a aceptar la realidad espírita y sus consecuencias?
VI – Si las divisiones operadas entre los espíritas tuviesen como consecuencia la ruina del Espiritismo, por que eso no se dio con el Cristianismo? ¿Ignora el padre la multiplicidad de sectas que han dividido y muchas veces ensangrentado la doctrina cristiana y cuyo número no se eleva a menos de trescientos y sesenta?
VII – El Espiritismo no es una teoría especulativa, basada en ideas preconcebidas. Es una cuestión de hecho y, por consecuencia, de convicción personal. Y él es fuerte precisamente porque se apoya sobre un conjunto formidable de voces cuya concordancia universal vale bien la de un concilio ecuménico.
VIII – El padre D... predice su fin próximo, pero innumerables personajes encarnados y desencarnados también hicieron su horóscopo, en otro sentido, y sus previsiones se suceden ininterrumpidamente y se repiten en todos los puntos del globo. (Págs. 291 a 299.)
79. Terminando su respuesta al padre D..., Kardec se reporta a uno de los muchas mensajes pertinentes al futuro del Espiritismo, de los que destacamos las frases siguientes:
A) El Espiritismo continuará su marcha a través de los embustes y de los escollos, inquebrantable como todo lo que está en la voluntad de Dios, porque se apoya en las leyes de la naturaleza.
B) B) Por la luz que lanza sobre los puntos obscuros y controvertidos de las Escrituras, él conducirá los hombres a la unidad de creencia y fundará el reino de la verdadera caridad cristiana, que es el reino de Dios sobre la Tierra, predicho por Jesús. C) Muchos aún lo repelen porque no lo conocen o no lo comprenden. Mas cuando reconocieren que él realiza las más caras esperanzas del futuro de la humanidad, lo aclamarán y, de la misma manera que el Cristianismo encontró un suporte en Paulo de Tarso, él también encontrará defensores entre los adversarios de la víspera. (Págs. 299 y 300.)

Revista Espírita de 1868

19. A pedido de uno de los correspondientes de la Revista en Sens, Kardec vuelve al tema del partido espírita, para decir que el Espiritismo jamás podría ser considerado un partido en la acepción vulgar de la palabra y, por eso, el correspondiente tenía toda la razón para repeler la calificación que en ese sentido le fue dada por el Sr. Genteur, Comisario del Gobierno. El Codificador dice, no obstante, que, excluida la idea de movimiento político y de lucha por el poder, el Espiritismo no dejaba de ser un partido, o sea, una doctrina que no es compartida sino por una parte de la población, motivo por el cual él podía aceptar la calificación que le fue dada por sus antagonistas, sin con eso repudiar sus principios y sin perder su cualidad esencial de doctrina filosófica moralizadora, que constituye su gloria y su fuerza. (Págs. 237 a 239.)
20. Kardec recuerda que al fin de 1864 fuera deflagrada una onda de persecuciones contra el Espiritismo en varias ciudades del Sur, seguida de algunos efectos, y reproduce el resumen de uno de los sermones hechos en la época, en el cual los espíritas son llamados de impíos y acusados de blasfemar contra Dios, de negar las sublimes verdades enseñadas por la Iglesia y de presentarse con una falsa caridad, que sólo conocen de nombre y de la cual se sirven como manto para ocultar su ambición. Al final del sermón, dice el padre: “¡Compren­disteis, cristianos, cuales son los que señalo a vuestra reprobación! ¡Son los Espíritas! Y porque no los indicaría yo? ¡Es tiempo de rechazarlos y de maldecir sus doctrinas infernales!” (Pág. 240.)
21. Sermones como ese estaban en el orden del día en aquella época, mas los ataques no se limitaban a la idea, extendiéndose también a las relaciones personales. En la secuencia, tras advertir que la lucha no terminara y que las persecuciones continuaban, el Codificador transcribe comunicación de San Luis transmitida en Paris el 10 de diciembre de 1864, de la cual extraemos los trechos que siguen:
I – Mis hijos, estas persecuciones caerán y no pueden ser perjudiciales a la causa del Espiritismo.
II – Los buenos Espíritus velan por la ejecución de las ordenes del Señor: nada hay que temer; no obstante, es preciso que todos se mantengan en guardia y actúen con prudencia.
III – La vergüenza recaerá sobre los que hubieren reculado y preferido el reposo de la Tierra a lo que les estaba preparado, porque el Señor tomará cuenta de sus sacrificios.
IV – Es preciso pensar en los mártires cristianos, que no tenían, como los espíritas, comunicaciones incesantes del mundo invisible para reanimar su fe y, aún así, no retrocedían ante el sacrificio, ni de su vida ni de sus bienes.
V – Las pruebas son hoy más morales que materiales; serán, por consecuencia, menos penosas, mas no menos meritorias.
VI – Por otro lado, muchos de los que sufrieron por el Cristianismo vienen a concurrir para el coronamiento de la obra y son los que sustentan la lucha con más coraje.
VII – Nadie se inquiete con el futuro de la doctrina espírita, porque, entre los que hoy la combaten, más de uno será su defensor mañana.
VIII – A la violencia, debemos oponer la suavidad y la caridad y hacer el bien a los que nos quieren mal, para que, más tarde, puedan distinguir lo verdadero de lo falso.
IX – El espírita dispone de una arma poderosa: la del raciocinio, y debe servirse de ella, sin mancharla jamás por la injuria, supremo argumento de los que no tienen buenas razones para dar, y esforzándose por la dignidad de su conducta, para hacer respetar el título de Espírita que ostenta. (Págs. 240 a 244.)
22. Kardec dice que pueden comprenderse bajo el título general de Espiritismo Retrospectivo los pensamientos, las doctrinas, las creencias y todos los hechos espíritas anteriores al Espiritismo Moderno, esto es, hasta 1850, data en la cual comenzaron las observaciones y los estudios sobre tales fenómenos. Un hecho relatado por el Duque de Saint-Simon en sus memorias se encuadra, por tanto, en el llamado Espiritismo Retrospectivo. (Pág. 244.)

Historia en Cuatro Actos

1º ACTO: ANTIGUEDAD
Educación religiosa; su finalidad era enseñar el culto a los dioses y a la ciencia sagrada, some-tiendo a los pueblos, a los reyes y a los príncipes.
Los maestros eran sacerdotes, dueños del saber, y dominaban por medio del fanatismo.

2º ACTO: EDAD MEDIA
Educación católica; su fin era propagar, mantener y defender la fe, sometiendo a pueblos, reyes y príncipes, al clero.
Los maestros eran sacerdotes, dueños del saber, y dominaban por medio del fanatismo.
Los que quisiesen enseñar verdades contrarias a los dogmas, serían quemados como herejes.
El hombre no valía nada delante de los principios teológicos.

3º ACTO: EDAD MODERNA
Con el Renacimiento, la Educación comenzó a libertarse de la religión.
Las grandes ciudades se transformaron en centros de cultura, contrarios al fanatismo religioso.
Los dogmas de fe fueron sometidos al análisis y a la crítica.
Nuevos maestros surgieron, libertos de la Iglesia, de los reyes y de los príncipes, y enseñaban principios humanos.
El Humanismo sustituyó al fanatismo teológico.
La finalidad de la educación era enseñar al hombre a ser Hombre, y no para ser sectario.

4º ACTO: EDAD ACTUAL
Educación Libre, democrática, humana, dada por Profesores que no pertenecen a Iglesia alguna, sino al Estado, a la Nación.
Por esto mismo, el fanatismo reacciona, apoyado por mercaderes de la enseñanza y por dema-gogos políticos, contra la escuela Libre, que es la Escuela Pública.

RESPONSABILIDAD ACTUAL
Es deber de todos los ciudadanos conscientes defender la Educación Libre, conquista de la civilización, defendiendo la Escuela Pública.

David Grosvater

Religión e Intolerancia

Autor Dalmo de los Santos

“Por definición, toda religión, toda fe, es intolerante, pues proclama una verdad que no puede convivir pacíficamente con otras que la niegan.” – Mario Vargas Llosa

Por definición, está cubierto de razón el gran escritor peruano, cuando coloca el problema de la intolerancia religiosa como reflejo de la enorme diversidad cultural que caracterizan a los pueblos y espejo de las mentali­dades que también se diferencian dentro de los propios grupos sociales. En un artículo publicado en el periodico El Estado de San Pablo (11/07/2004), sobre el caráter laico del Estado y de la Unión Europea, habla con conoci­miento de causa y hace la afirmación citada basándose en la experiencia histórica de religiones y filosofías y que fueron desviadas de sus bases originales para satisfacer intereses bien distanciados de aquellos deli-neados por sus creadores.

No importa la relatividad de esos conceptos – si religión o religiosidad, fe o creencia devoción o adoración – la repercusión de ese elemento cultural en la mente humana difícilmente podrá ser disociado del fanatismo, de los impulsos pasionales y del radicalismo emocional. No es al acaso que la sabiduría popular enseña que no se debe discutir religión y fútbol, si que­remos preservar relaciones amistosas. Durante siglos fuimos educados para la intolerancia y para el radicalismo. Preconceptos religiosos fueron pacientemente enraizados en nuestro psiquismo y en el comportamiento, como piezas estratégicas para preservación de grupos y sistemas ideoló­gicos. Hasta las grandes lecciones de fraternidad y tolerancia cayeron en el olvido y en el universo lendário. El propio Mahatma Gandhi, figura contem­poránea de la Era Atómica, pare-cía en su época y aún hoy ser algo increí­ble, salido de las páginas de algún libro de mitología.

Mas somos, como categoría social humana, un complejo multicolor de ideologías y creencias, sea en forma de partidos políticos, de cultos religiosos, agremiaciones filosóficas o estilos de vida que consideramos atrayentes y afines con nuestra manera de ver el mundo, de actuar, de pensar y de sentir las cosas. En esos grupos procuramos respuestas, confort espiritual, acepta-ción, respeto, reconocimiento, todas las soluciones posibles para resolver nuestros conflictos interiores, nuestras carencias internas y externas, reparos de daños y traumas, en fin, la busca de la felicidad, de un Norte, de una plenitud, de la auto-realización. Es por ese motivo, inclu-sive, que constituimos familias - no importando cual modelo - y mantenemos viva la imagen del “niño” o de la “tribu” como símbolos de nuestra identidad personal y social. Nuestros niños y tribus continúan siendo nuestro principal motivo existencial, la refe­rencia en la cual mantene-mos el pié de apoyo para dar todos los pasos importantes y decisivos en las experiencias vivenciales. Hasta las organizaciones criminosas o los grupos de hábitos considerados fútiles, cuando amenazados en sus intereses, reaccionan con sus ideologías, doctrinas, dogmas, tradi-ciones, raíces, ídolos, eventos históricos, como armas para justificar y legitimar sus necesidades y sus propias existencias. Veamos, por ejemplo, los recientes acontecimentos del 911, donde el terror tuvo la religión como principal fuente de motivación ideológica. “!Pero es una religión primitiva y atrasada!”, dirían los ateos o entonces aquellos otros que juzgan que su religión es superior a las demás. Como si el problema fuese la religión en sí, cuando en verdad es el comporta­miento sectario embutido históricamente en las religiones y cofradías que alimentan esos flagelos de mentalidad. La intención de los atentados terroristas fue de orden político, mas los agentes ejecutores lo hicieron por una causa religiosa, o sea, la creencia de que serían recompensados en el otro mundo por haber actuado con renuncia y valor. Ello es histórico: basta recordar las monarquías teocráticas de todos los tiempos, los tribunales de la Inqui-sición, las cruzadas, el calvinismo europeo, los regímenes totalitarios en los años 30 y durante la Guerra Fría.

El grado de intolerancia demostrado por aquellos que hoy se suicidan por su creencia cierta-mente no es lo mismo que aquellos que discriminan, persiguen y expulsan sus compañeros de ideología, cuando estos comien­zan a diferir de sus puntos de vista, pero las causas son idén-ticas: la incapacidad de comprender y convivir con la diversidad y de aceptar el principio de igualdad humana como ley universal. En las situaciones de con­flicto, cuando el egoísmo y el orgullo predominan como fuente de poder, la igualdad y la humildad pasan a ser vistas como valores banales, de perso­nas débiles y poco inteligentes. Cuando se trata de conflictos de creen-cia e ideología, ese factor humano de arrogancia y prepotencia asu­me propor­ciones más violen-tas, aun cuando disfrazadas por la cortesía institucional, por las apariencias jurídicas, por la hipocresía de las relacio­nes artificiales. Hemos visto eso acontecer en todos los sectores sociales, pero en los gremios religiosos ello acontece con más frecuencia y son más camufla­jeadas con un fuerte tenor de hipocresía. En esos ambientes de oraciones, meditaciones, vibra-ciones, peregrinaciones, curas, ofrendas, canturrias y celebraciones, el camuflaje se torna más sutil y más eficiente en el juego de apariencias. Ahí la mente es capaz de realizar verdaderos prodigios de disimulación: sonreír y odiar; orar con la voz mansa y emoti­va y, al mismo tiem-po, conspirar criminalmente para eliminar al adversa­rio. Puede pare­cer chocante, pero es la misma gimnasia ideológica que hace al matón a sueldo rezar de rodillas para pedir perdón antes de cometer el acto insano.

Esa perversión de la fe y de la religiosidad sólo tiene una explicación: orgullo y egoísmo. Nadie consigue abrir mano de posiciones y posturas, de puntos de vista o de opiniones cuando está bajo el efecto de las aparien­cias, de la imagen artificial que posee de las cosas y de sí mismo. Es una dolencia existencial con fuertes elementos de orden emocional, como una herida infectada, cuya caracte­rística sobresaliente es el hábito sistemático de huir de la realidad y de mentirse a sí mismo. Cuando fingimos o disimu­lamos ideas y sentimientos, con la inten­ción de ocupar es-pacio ideológico ingresamos inmediatamente en un juego peligroso, de difícil sustentación. De ahí el que sea muy común y constante el uso de expedientes engaño­sos, generalmente incompa-tibles con la ética religio­sa o filosófica de los grupos que frecuentamos.

No es coincidencia también que la desilusión personal y la decepción con las contradicciones humanas son la mayor causa de la deserción de los adeptos de esos grupos. Desertamos a medi-da que caen los mitos, las apariencias, las imágenes distorsionadas: mitos que nosotros mismos creíamos, apariencias que dejamos nos ilusionaran, imágenes que construimos con distorsio-nes, según nuestros propios intereses inconscientes y límites psicológicos. Cuando eso aconte-ce, casi siempre colocamos la culpa en los otros, en los líderes, en las doctrinas, en los aconteci-mientos, sin jamás reconocer que nuestro punto de vista es lo que siempre fue el verdadero responsable por la conducción de nuestros sentimientos y actitudes.

Recientemente tuvimos la oportunidad de oír las quejas de un militante bien desilusionado con los espíritas, con los centros espíritas y con el Espi­ritismo. Bastante abatido con la derrota en una disputa en la cual, según él, entró de cuerpo y alma, en ningún momento reconoció el hecho de haberse dejado ilusionar, mas atacó con mucha propiedad todas las imper­fecciones de las personas y de las instituciones envueltas en su triste historia. Recordamos los textos de “Obras Póstumas” y de la “Revista Espírita”, mas no tuvimos valor para recomendarlos en aquel mo-mento de disgustos y decepciones. Un poco desolados con esa historia de poder y gloria en una institución espírita, nos fuimos a consolar en las memorias de Kardec, repletas de experiencias sobre los problemas de la convivencia humana. Allí podemos observar como es posible em-prender esfuerzos para superar tendencias históricas, hábitos cultu­rales e inclinaciones perso-nales que perpetúan el fanatismo y la intoleran­cia. La experiencia de Kardec prueba que es posible ir más allá de las definicio­nes, romper preconceptos seculares y avanzar cada vez más en el terreno de la libertad de concien­cia. Las definiciones no son apenas artificios del lenguaje, sino herramien­tas precisas para identificar cosas, circunstancias y paradigmas predomi­nantes.

Mas es preciso ir más allá, romper paradigmas, osar, como hicieron los demoledores de pre-conceptos en todas las épocas. Eran, es claro, perso­nas de moral por encima de lo normal y de comportamiento diferente del promedio, mas todos tenían algo en común: eran seres humanos y jamás se dejaron esclavizar por ideas y creencias. Muy por el contrario, atacaron sus propias culturas en los puntos que consideraban frágiles e ilusorios. Budha atacó el deseo y la sensuali­dad que contaminaba la espiritualidad en su tiempo; Jesús se posicionó estraté­gica y heroica-mente contra la intolerancia, el fanatismo y el comercio de las cosas sagradas; Lao-tsé y Confu-cio emprendieron sus inteligencias contra la corrupción y el como­dismo; Comenius y Pestalozzi vieron en la infancia un terreno fértil para plantar las simientes de la transformación del tiempo futuro y no solamen­te en el cultivo de las tradiciones del pasado. Allan Kardec demolió el materialismo y lo sobrenatural, reconstruyó la fe y rescató la religiosidad sin dejarse conta-minar por la ingenuidad mística o impresionarse con los “misterios” denominados “ocultos”. Martín Luther King, siguiendo los pasos de Gandhi, desmontó la farsa que encubría en su país el mito de la libertad y los derechos civiles.

Sería de una gran utilidad si nosotros, los espíritas, pudiésemos reflexionar sobre ese asunto y transponer sus conclusiones para los ambientes que frecuentamos y la ideología que cultivamos como fuente de realización. Podemos avanzar las definiciones y romper paradigmas. Como el Espiri­tismo no es religión – en ese sentido histórico sectario –, mucho menos fútbol, podemos discutir tranquilamente delicadas cuestiones ideológicas:
¿Cómo hemos cultivado el concepto de verdad en el Espiritismo?
¿Cómo hemos lidiado con el pensamiento divergente?
¿Hemos actuado dentro de la ética espírita cuando actuamos políticamente en sus insti- tuciones?
¿Al final, nuestra fe ha conseguido encarar la razón cara a cara?

*Dalmo Duque de los Santos es brasileño y maestro en Comunicación, bachiller en Historia y Pedagogía.